sábado, 25 de abril de 2009

Gatito lindo.. Hilda Breer




El gatito estaba jugando sobre la mesa. Era un gatito negro, de un antiarmiño rotundo, nocturno y brillante, córvido y aterciopelado, y sus ojos, de un ambarino verde, parecían echar chispas de crisoberilos furiosos. Jugaba sobre aquel jarrón de cristal labrado en cuyo fondo dos glóbulos oculares arrancados, vidriosos y sanguinolentos, reposaban monstruosos y macabros, testigos de un horror de difícil descripción. Estiraba la patita y con su garrita pretendía sacar la pupila arrancada de su estilizada jarra de vidrio. Los ojos daban vueltas y más vueltas ante el acoso de las uñas del algodón. Los alfanjes minúsculos del prototipo liliputiense de pantera se clavaban en las bolas carnosas de aquellos órganos de la visión brutalmente agredidos. Aquello era un combate en el que uno de los ojos, casi a punto de salir del cristal, resbalaba para volver al fondo, como las bolas de una lotería, y el felino, contrariado, volvía a meter su garrita en la jarrita, como el gato que introduce sus armas en un acuario por un shubukin naranja. La habitación permanecía en silencio, testiga muda de aquel horror magnífico. Tres cuadros de Miró adornaban aquel exabrupto de salón, uno de ellos era un triángulo rojo y una media luna naranja, otro de ellos, de título mujer y jaula con pájaro, era un trapecio limón que terminaba en siete líneas concéntricas, y el tercero, era un garabato de rayas con un círculo amarillo. El gatito proseguía en silencio su violento entretenimiento, en un estado de éxtasis y devoción absolutos. Aquella preciosidad intentaba arrancar a la prisión transparente las esferas de carne pavorosas y arañaba una y otra vez aquellas, llenándolas de heridas. Finalmente, la minimísima pantera consiguió uno de los ojos que cayó sobre un tapete de terciopelo rojo rodando a pesar de un hilo nervioso. El gato continuó jugando, empezó a dar saltos de alegría sobre el esférico molusco y a pasárselo de una garra a otra. El ojo rodaba sobre el tapete impulsado por las patitas de la bestia en un silencio sepulcral. Parecía una cosa viva que iba de un lado para otro perseguida por un tigre en miniatura. El moaré rojo del tapete disfrutaba la presencia de un ojo humano bestialmente sajado por un diminuto tigre. El gatito jugaba feliz, por último, empezó a darle mordiscos mientras lo sujetaba con sus garras y en un insignificante santiamén lo devoró, luego, satisfecho, el gato se puso a lamer las armas utilizadas en la diversión. Pero no había pasado ni una hora cuando la bola de peluche con cuchillos volvió sobre el contrahecho acuario de cristal que guardaba la pareja viuda del asesinato para reanudar su glotona cacería. El ángel con zarpas, símil perfecto de la hipocresía, volvió a meter su patita en el ánfora terrorífica, esta vez costaba más trabajo poseer la sangrienta perla que en el fondo de aquel cofre se pudría. Pero tras unos largos minutos de furioso combate, el ojo, sajado y arañado con frenesí, pasó al contorno estomacal del miau. La lámpara del techo, naranja y rosa, presenció la entrada del dueño del gato que felicitó a su amo con un ronroneo eléctrico, mientras éste le acariciaba el lomo. El amo observó que faltaban las joyas de la caja fuerte de cristal labrado, y, consciente de la sed del diminuto ladrón de terciopelo, vertió sobre un plato de metal el contenido de una botella de leche.
Autor: Francisco Ruiz Caballero

2 comentarios:

  1. amigos......no se asusten......hay alguna diferencia con los seres humanos?....SIIIIIIIIII Nosotros matamos y despedazamos... por maldad....Guerras, genocidios........Mejor sigo queriendo a los animales.....Hilda Breer

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  2. Interesante relato, no entendí la referencia a los cuadros de Miró, pero imagino que al autor le gusta ese pintor.

    Saludos.

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